jueves, 9 de julio de 2009

4 - la ilusión del progreso


Por fin me llamó el del bar de Cabildo y Juramento.
Me dijo que pase por ahí así charlamos.
Se ve que le gustó el cd que le dejé hace un par de meses.
¡Qué alegría!
Con lo lindo que sería tocar de nuevo
temas ajenos de soul y funk a cambio de plata.

Ilusionado, me visto lo mejor posible y voy,
dispuesto a arrancar en 1500 pesos
y de última bajar hasta 1200 o 1000 si nos aseguran
continuidad (por lo menos un show por semana durante un mes).
Tampoco es tanta plata.
Entre 300 y 200 pesos para cada músico.
En el colectivo decido que, como última oferta,
podemos llegar a arreglar por 100 mangos cada uno.

Espero en la barra hasta que el tipo se desocupa.
Me entretengo mirando escenario y después el menú.
Los precios altísimos (6,50 un cafecito miserable) me dan fuerza:
para esta gente la guita no puede ser un problema.

Llega mi turno.
El momento de la verdad,
tristísimo momento:
habría que tocar un miércoles de onda,
para que la gente del bar evalúe nuestra capacidad de convocatoria.
Solamente nos darían 100 pesos para repartir entre todos.
Recién después de esa primera vez quizás podríamos tocar de nuevo
y quedarnos con un poquito más.
Ese poquito más se lo cobrarían a la gente que nosotros invitáramos,
además de la consumición obligatoria.
Para cagarlo a trompadas ahí mismo.
Pero no.
Dejo que agende un show para el mes próximo,
manso como un corderito.
―Una muy linda fecha, el miércoles 12 ―dice el tipo.
Debería aclararle que ni en pedo vamos a ir,
pero me sacó las ganas de todo.
Le doy la mano y me voy a la mierda.

En casa me hago unos sandwichitos con galletas de salvado y atún.
Una porquería.
El atún chorrea aceite por los agujeritos de las galletas
Me quedan los dedos todos mojados.
Como la vez que fuimos a Mar del Plata con un guitarrista amigo.
Pretendíamos organizar una gira para el verano
con nuestra banda de aquel entonces,
una que tenía un nombre medio feo.
Andábamos con poca guita y pasamos una noche en un hotel baratísimo
enfrente de la terminal de ómnibus.
Chester, se llamaba el hotel.
Esa noche cenamos atún con pan lactal en la habitación.
Nos costó un huevo abrir la lata sin un abrelatas.
Y, como no teníamos cubiertos ni nada, para secar un poco el atún
a mi amigo se le ocurrió una idea de lo más ingeniosa.
Fue hasta el lavatorio, volcó la lata en una de sus manos
y apretó el atún con todas sus fuerzas.
Los hilos de aceite le recorrían el brazo.
Los codos le goteaban.
Pero el atún quedó seco.

3 comentarios:

J:C dijo...

já, me sentí muy reflejado en esas situaciones de negociar con los cerdos dueños de bares.
Seguí poniendo cuentitos que estan buenisimos !
slds
julian C.

Elo dijo...

Ja!!!!!!!!!!!Me recague de risa bueniiiisimo loco lindo
Sabes que justo la semana pasada pensaba que me gustaria hacer algo asi aunque no creo que con cuentos pero?
Bueno por otro lado me senti un poco como el orto porque realmente termine tocando en esa esquina pero bueno el laburo no abunda y comimos y chupamos bastante bien
Cada vez me conformo con menos

Abrazon

Pequeña Nelly dijo...

Por casualidad, el lugar mencionado, no se llamará "Planet music"? Y el dueño será un engendro de pelo largo, con cara de asesino serial? Mh... yo laburé en ese lugar. Coincidimos, son unos malditos cerdos.